DOMINGO 11

Corrió hacia él y, echándole los brazos al cuello, lo cubrió de besos (v. 20)

Lectura del evangelio según san Lucas (15,1-32)

En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharlo; por lo cual los fariseos y los escribas murmuraban entre sí: “Éste recibe a los pecadores y come con ellos”.

Jesús les dijo entonces esta parábola: “¿Quién de ustedes, si tiene cien ovejas y se le pierde una, no deja las noventa y nueve en el campo y va en busca de la que se le perdió hasta encontrarla? Y una vez que la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría y al llegar a su casa, reúne a los amigos y vecinos y les dice: ‘Alégrense conmigo, porque ya encontré la oveja que se me había perdido’. Yo les aseguro que también en el cielo habrá más alegría por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos, que no necesitan arrepentirse.

¿Y qué mujer hay, que si tiene diez monedas de plata y pierde una, no enciende luego una lámpara y barre la casa y la busca con cuidado hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, reúne a sus amigas y vecinas y les dice: ‘Alégrense conmigo, porque ya encontré la moneda que se me había perdido’. Yo les aseguro que así también se alegran los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierte”.

También les dijo esta parábola: «Un hombre tenía dos hijos, y el menor de ellos le dijo a su padre: ‘Padre, dame la parte de la herencia que me toca’. Y él les repartió los bienes.

No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se fue a un país lejano y allá derrochó su fortuna, viviendo de una manera disoluta. Después de malgastarlo todo, sobrevino en aquella región una gran hambre, y el muchacho empezó a padecer necesidad. Entonces fue a pedirle trabajo a un habitante de aquel país, el cual lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. Tenía ganas de hartarse con las bellotas que comían los cerdos, pero no dejaban que se las comiera.

Se puso entonces a reflexionar y se dijo: ‘¡Cuántos trabajadores en casa de mi padre tienen pan de sobra, y yo aquí me estoy muriendo de hambre! Me levantaré, volveré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no merezco llamarme hijo tuyo. Recíbeme como a uno de tus trabajadores’.

Enseguida se puso en camino hacia la casa de su padre. Estaba todavía lejos cuando su padre lo vio, y se enterneció profundamente. Corrió hacia él y, echándole los brazos al cuello, lo cubrió de besos. El muchacho le dijo: ‘Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo’.

Pero el padre dijo a sus criados: ‘¡Pronto!, traigan la túnica más rica y vístansela; pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies; traigan el becerro gordo y mátenlo. Comamos y hagamos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado’. Y empezó el banquete.

El hijo mayor estaba en el campo y al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y los cantos. Entonces llamó a uno de los criados y le preguntó qué pasaba. Este le contestó: ‘Tu hermano ha regresado, y tu padre mandó matar el becerro gordo, por haberle recobrado sano y salvo’. El hermano mayor se enojó y no quería entrar. Salió entonces el padre y le rogó que entrara, pero él replicó: ‘¡Hace tanto tiempo que te sirvo sin desobedecer jamás una orden tuya, y tú no me has dado nunca ni un cabrito para comérmelo con mis amigos! Pero eso sí, viene ese hijo tuyo, que despilfarró tus bienes con malas mujeres, y tú mandas matar el becerro gordo’.

El padre repuso: ‘Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo. Pero era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado’».

Palabra del Señor.

¡Alégrense conmigo!

En tres parábolas, Lucas narra el modo cómo Jesús nos presenta y da a conocer a su Padre, resaltando dos cualidades que deberán ser asumidas, como forma de vida, por todo creyente: la misericordia y perdón.

Una oveja que se ha perdido y por ella se deja todo hasta encontrarla; una moneda que, a pesar de su poco valor, sostiene a la vida de una mujer; al extraviarla, buscará incansablemente hasta recuperarla.

Por último, un hijo que, cegado por el egoísmo, niega y desprecia a su padre, y lo abandona para ir en busca de su propio destino. Perdido en su vaciedad, sin nada que de sentido a su existencia, humillado, regresa en busca de perdón y encuentra a un padre que lo recibe con ternura y generosidad; lo abraza, lo besa y hace una gran fiesta para celebrar el gozo del reencuentro (vv. 20-23). De hecho, no lo perdona, no necesita hacerlo, porque lo ama y le hace saber que los seguirá amando.

Tres parábolas que, más allá del perdón, concluyen con un peculiar gesto de ese Dios del que Jesús nos habla: la alegría. Una alegría compartida, que se convierte en llamado comunitario al gozo, a reconocer que no sólo el perdón, sino la alegría de perdonar, de encontrar, de recuperar y de salvar, nos involucra a todos.

Alégrense conmigo; es necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado (vv. 6.9 y 32)

Mario A. Hernández Durán, Teólogo.