LUNES 12

NUESTRA SRA. DE GUADALUPE, PATRONA DE AMÉRICA

¿Quién soy yo para que la madre de mi Señor venga a verme? (v. 43).

Lc 1,39-48

En aquellos días, María se encaminó presurosa a un pueblo de las montañas de Judea, y entrando en la casa de Zacarías, saludó a Isabel. En cuanto ésta oyó el saludo de María, la creatura saltó en su seno.

Entonces Isabel quedó llena del Espíritu Santo, y levantando la voz, exclamó: «¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a verme? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno. Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor».

Entonces dijo María: «Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se llena de júbilo en Dios mi salvador, porque puso sus ojos en la humildad de su esclava».

Palabra de Dios.

¿Quién soy yo?

El asombro agradecido de Isabel por la llegada inesperada de María a su vida y a su historia, se proyecta hoy, en el aquí y el ahora de nuestra vida y nuestra historia, personal y colectiva, y arranca de nosotros la misma exclamación: ¿Quién soy yo para que la madre de mi Señor venga a verme? (v. 43).

La presencia y el saludo de María nos unge, nos llena del Espíritu Santo(v. 41); transformando nuestras vidas vacías en templos vivos (cf. 1Cor 3,16).

En María de Guadalupe se confirma una doble presencia: la de María, como madre de todos los hombres, y la del Señor que, desde su vientre, ha puesto su morada entre nosotros (cf. Jn 1,14).

¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! (v. 42).

Mario A. Hernández Durán, Teólogo.