LUNES 3

STO. TOMÁS, APÓSTOL

Trae acá tu mano… (v. 27)

Lectura del santo evangelio según san Juan (20,24-29)

Tomás, uno de los Doce, a quien llamaban el Gemelo, no estaba con ellos cuando vino Jesús, y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y si no meto mi dedo en los agujeros de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré».

Ocho días después, estaban reunidos los discípulos a puerta cerrada y Tomás estaba con ellos. Jesús se presentó de nuevo en medio de ellos y les dijo: «La paz esté con ustedes». Luego le dijo a Tomás: «Aquí están mis manos; acerca tu dedo. Trae acá tu mano; métela en mi costado y no sigas dudando, sino cree». Tomás le respondió: «¡Señor mío y Dios mío!» Jesús añadió: «Tú crees porque me has visto; dichosos los que creen sin haber visto».

Palabra del Señor.

¿Podemos creer sin haber visto?, o ¿qué tendríamos que tocar para creer?

Indiscutiblemente podemos creer sin haber visto (v. 29), y ver significaría tener frente a nosotros, como Tomás, al Señor. Pero la fe en él, en nuestro caso, nace de la escucha: escuchar su palabra, plasmada en la Sagrada Escritura y en la voz de quien la anuncia y la proclama.

No obstante, si se impone la necesidad de tocar, se plantará frente a nosotros una realidad que romperá todo paradigma o expectativa, y nos obligará a descubrir en ella al Señor: tocar el dolor y el sufrimiento del hermano; cuerpos lastimados, heridos y enfermos; rostros que lloran y rostros que ríen. Tocar la pobreza y la miseria, la sencillez y la humildad, la pequeñez y la inocencia…, hasta que aflore del corazón el más profundo reconocimiento: ¡Señor mío y Dios mío! (v. 28).

Mario A. Hernández Durán, Teólogo.