DOMINGO 9

DOMINGO XXVII DEL TIEMPO ORDINARIO

  • 2Re 5,14-17; 2Tim 2,8-13; Lc 17,11-19
Las cadenas son nuestras y vivir encadenados dependerá de nosotros…

Lectura del santo Evangelio según San Lucas

En aquel tiempo, cuando Jesús iba de camino a Jerusalén, pasó entre Samaria y Galilea. Estaba cerca de un pueblo, cuando le salieron al encuentro diez leprosos, los cuales se detuvieron a lo lejos y a gritos le decían: “Jesús, maestro, ten compasión de nosotros”.

Al verlos, Jesús les dijo: “Vayan a presentarse a los sacerdotes”. Mientras iban de camino, quedaron limpios de la lepra.

Uno de ellos, al ver que estaba curado, regresó, alabando a Dios en voz alta, se postró a los pies de Jesús y le dio las gracias. Ese era un samaritano. Entonces dijo Jesús: “¿No eran diez los que quedaron limpios? ¿Dónde están los otros nueve? ¿No ha habido nadie, fuera de este extranjero, que volviera para dar gloria a Dios?” Después le dijo al samaritano: “Levántate y vete. Tu fe te ha salvado”.

Palabra del Señor.

La Palabra del Señor no está encadenada (2Tim 2,9)

Atados a nuestras propias esclavitudes, caminamos por la vida con pesadumbre y aterrados por la sombra de miedos insoportables, que nos agobian; inmersos en una soledad infinita, donde no existen palabras que la interrumpan, o ecos que respondan al lamento que nos hiere.

Es como una “lepra” que nos ha lanzado fuera de toda realidad, incluso lejos de nosotros mismos; sumidos en el autodesprecio, consideramos que es incurable y damos por hecho que moriremos así…

Pero, en contrapartida a esta desesperanza, surge en medio del silencio una voz que cambia todo sinsentido: Por este Evangelio sufro hasta llevar cadenas, como un malhechor; pero la Palabra de Dios no está encadenada (2Tim 2,9).

Las cadenas son nuestras y vivir encadenados dependerá de nosotros, porque la palabra del Señor es una promesa de libertad, y nada hay que la pueda subyugar. Animada por ella, la esperanza siempre guarda un aliento que despierta el ímpetu de salir al encuentro y gritar con fuerza hasta reavivar la fe: ¡Jesús, maestro, ten compasión de nosotros! (Lc 17,13) Así será, sin lugar a duda: él se compadecerá de nosotros.

Solo un corazón agradecido se abrirá a esa presencia que cura, regenera y dignifica; siempre dispuesto a regresar y decir con humildad, gracias, Señor (cf. Lc 17,15-16), y reconocer, como Naamán, que no hay más Dios que el de Israel (2Re 5,15).

¡Levántate, tu fe te ha salvado! (Lc 17,19)

Las palabras del apóstol Pablo son para nosotros un memorial de nuestra fe:

Si morimos con él, viviremos con él; si nos mantenemos firmes, reinaremos con él; si lo negamos, él también nos negará; si le somos infieles, él permanece fiel, porque no puede contradecirse a sí mismo (2Tim 2,11-13).

Mario A. Hernández Durán, Teólogo.