VIERNES 15

VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR

Inclinando la cabeza, entregó el Espíritu (Jn 19,30)
  • Jn 18,1-19,42

Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su término, para que se cumpliera la Escritura dijo: “Tengo sed”. Había allí un jarro lleno de vinagre. Los soldados sujetaron una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo y se la acercaron a la boca. Jesús probó el vinagre y dijo: “Todo está cumplido”, e inclinando la cabeza, entregó el espíritu. (19,28-30)

¡Todo está cumplido! (19,30)

La muerte es, indudablemente, el final de la existencia; inevitable, irremisible, incontenible… Y así acontece la muerte del Señor, inesperada e incomprensible. Ha sido, finalmente, el logro de quienes buscaban matarlo.

Inmovilizado en la cruz, reducido al oprobio, sale de su voz cansada un lamento: Tengo sed (v. 28). Una sed eterna que nos sigue interpelando en la vida de los migrantes, de los ancianos desamparados, de los niños sin hogar, de miles de mujeres abandonadas y olvidadas; en la voz silenciada de aquellos que por su raza, preferencia de género o religión, son despreciados, o en el grito desesperado de miles de víctimas de las guerras fratricidas… Allí están, con sus manos atadas a las cruces del odio, la indiferencia y la crueldad.

¡Tienen sed y el tiempo avanza sin detenerse! No todo se ha cumplido, mientras nosotros dejemos que el Espíritu que él nos entrega con su muerte, nos mueva a amar como él, hasta el extremo (Jn 13,1), y a luchar por la justicia, hasta dar la vida por el amigo y por el hermano. (Jn 15,13)

Mario A. Hernández Durán, Teólogo.