DOMINGO 24

DOMINGO XXV DEL TIEMPO ORDINARIO

  • Is 55,6-9; Sal 144; Flp 1,20-24.27; Mt 20,1-6
Al caer la tarde, recibiremos un jornal justo, igual para todos

Lectura del santo evangelio según san Mateo (20, 1-16)

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos esta parábola: «El Reino de los cielos es semejante a un propietario que, al amanecer, salió a contratar trabajadores para su viña. Después de quedar con ellos en pagarles un denario por día, los mandó a su viña. Salió otra vez a media mañana, vio a unos que estaban ociosos en la plaza y les dijo: ‘Vayan también ustedes a mi viña y les pagaré lo que sea justo’. Salió de nuevo a medio día y a media tarde e hizo lo mismo.

Por último, salió también al caer la tarde y encontró todavía a otros que estaban en la plaza y les dijo: ‘¿Por qué han estado aquí todo el día sin trabajar?’ Ellos le respondieron: ‘Porque nadie nos ha contratado’. Él les dijo: ‘Vayan también ustedes a mi viña’.

Al atardecer, el dueño de la viña dijo a su administrador: ‘Llama a los trabajadores y págales su jornal, comenzando por los últimos hasta que llegues a los primeros’. Se acercaron, pues, los que habían llegado al caer la tarde y recibieron un denario cada uno.

Cuando les llegó su turno a los primeros, creyeron que recibirían más; pero también ellos recibieron un denario cada uno. Al recibirlo, comenzaron a reclamarle al propietario, diciéndole: ‘Esos que llegaron al último sólo trabajaron una hora, y sin embargo, les pagas lo mismo que a nosotros, que soportamos el peso del día y del calor’.

Pero él respondió a uno de ellos: ‘Amigo, yo no te hago ninguna injusticia. ¿Acaso no quedamos en que te pagaría un denario? Toma, pues, lo tuyo y vete. Yo quiero darle al que llegó al último lo mismo que a ti. ¿Qué no puedo hacer con lo mío lo que yo quiero? ¿O vas a tenerme rencor porque yo soy bueno?’

De igual manera, los últimos serán los primeros, y los primeros, los últimos»
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Palabra del Señor.

Conocer el tiempo y aprovecharlo, es determinante a cada momento; en su devenir, que transcurre en minutos y segundos, se esconden lo inesperado e inadvertido de la vida, aquello que llega a nosotros puntualmente y nos sorprende.

En el tiempo se extiende la trama de la historia humana y nuestras propias historias se configuran con su ritmo y a su paso incontenible, hacia un futuro indescriptible.

En el tiempo del hombre se entreteje el tiempo de Dios, puntual e inadvertido; allí nos busca y hace sentir su voz. Podemos percibir su presencia desde el primer momento, o lamentarnos, como San Agustín: ¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé!

Pero no importa si es tarde, el tiempo de Dios es eterno y siempre nos llama a seguirlo; todo dependerá de que nosotros nos levantemos y decidamos llegar a la cita, y comenzar a trabajar en la diaria construcción del Reino.

La advertencia de Isaías es fundamental para quienes creen que ya nada tiene sentido: Busquen al Señor mientras lo pueden encontrar, invóquenlo mientras está cerca; que el malvado abandone su camino, y el criminal sus planes; que regrese al Señor, y él tendrá piedad; a nuestro Dios, que es rico en perdón (vv. 6-7).

Es rico en perdón y a todos paga por igual. Al caer la tarde, comenzado por lo últimos, recibiremos un jornal justo, cargado de amor paterno y misericordia sin límites.

Lo único necesario es decir ¡Sí!

Mario A. Hernández Durán, Teólogo.