VIERNES 13

Yo te lo mando: levántate, recoge tu camilla y vete a tu casa (v. 11)

Del Evangelio según san Marcos (Mc 2,1-12)

Cuando Jesús volvió a Cafarnaúm, corrió la voz de que estaba en casa, y muy pronto se aglomeró tanta gente, que ya no había sitio frente a la puerta. Mientras Él enseñaba su doctrina, le quisieron presentar a un paralítico, que iban cargando entre cuatro. Pero como no podían acercarse a Jesús por la cantidad de gente, quitaron parte del techo, encima de donde estaba Jesús, y por el agujero bajaron al enfermo en una camilla.

Viendo Jesús la fe de aquellos hombres, le dijo al paralítico: “Hijo, tus pecados te quedan perdonados”. Algunos escribas que estaban allí sentados comenzaron a pensar: “¿Por qué habla éste así? Eso es una blasfemia. ¿Quién puede perdonar los pecados sino sólo Dios?”

Conociendo Jesús lo que estaban pensando, les dijo: “¿Por qué piensan así? ¿Qué es más fácil, decirle al paralítico: ‘Tus pecados te son perdonados’ o decirle: ‘Levántate, recoge tu camilla y vete a tu casa’? Pues para que sepan que el Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar los pecados – le dijo al paralítico –: Yo te lo mando: levántate, recoge tu camilla y vete a tu casa”.

El hombre se levantó inmediatamente, recogió su camilla y salió de allí a la vista de todos, que se quedaron atónitos y daban gloria a Dios, diciendo: “¡Nunca habíamos visto cosa igual!”

Palabra del Señor.

¿Qué es más fácil? (v. 9)

Nuevamente ante nosotros un acontecimiento extraordinario que, si lo vemos así -y sólo así-, queda fuera de nuestro alcance y nuestras posibilidades. No obstante, hay algo en ello que conecta con nosotros. Basta mirar más allá de lo extraordinario para descubrir lo ordinario y lo posible:

  • Cuatro hombres desean que su hermano recupere la salud, la dignidad y el sentido de su vida. Del mismo modo que nosotros lo deseamos para los demás y nos comprometemos con ellos.
  • Siempre encontramos obstáculos que, aparentemente, nos impiden seguir adelante. Pero cuando hay algo por lo que vale la pena luchar, somos capaces de romper con aquello que lo impide.
  • Nunca falta la gente que duda, desacredita o ponen en entredicho lo que pensamos y hacemos; también eso es parte de la vida y pone a prueba nuestra integridad.
  • Por último, la disyuntiva de todos los días: ¿hacer lo más fácil o lo más difícil? Lo fácil es decir, de palabra, que perdonamos; lo difícil, es lograr que el perdón sea liberador y represente para el otro un verdadero cambio de vida, a tal grado, que tengamos la osadía de decirle levántate, no vivas humillado; toma tu camilla, que ya no sea la camilla la que te defina y te sostenga; vete a tu casa, regresa con gozo al lugar al que perteneces y recupera el sentido de tu vida (cf. v. 11).

¿A qué estamos invitados?: A perdonar de corazón y, en seguida, levantar, nosotros mismos, a quien hemos perdonado. Y hacer, como Jesús, no lo más fácil, sino lo más difícil…

Mario A. Hernández Durán, Teólogo.